Ya San Pablo catalogaba a los creyentes cristianos de “santos” estando en vida. No era ni es necesario pues morir para serlo ni ser canonizados o inmortalizados en imágenes que nos representen subidas a los altares.
Ser “santo”, o ser “santa” es mucho más que ocupar un día del calendario cristiano.
Ser “santo o santa” tiene que ver con la vida cotidiana.
Tiene que ver esencialmente con dos elementos clave: “VIVIR la identidad cristiana” (y para ello es clave la identificación con el mensaje de Jesús de Nazaret y con sus actitudes) y “VIVIR la confianza plena en Dios” (sabiendo que solos no podemos hacer nada, necesitamos hacer vida la unión permanente a Él -como los sarmientos a la vid- a través de la oración y esa consciencia permanente de que estamos en Él).
Tiene que ver esencialmente con dos elementos clave: “VIVIR la identidad cristiana” (y para ello es clave la identificación con el mensaje de Jesús de Nazaret y con sus actitudes) y “VIVIR la confianza plena en Dios” (sabiendo que solos no podemos hacer nada, necesitamos hacer vida la unión permanente a Él -como los sarmientos a la vid- a través de la oración y esa consciencia permanente de que estamos en Él).
¿Puede un cristiano cometer errores, ser un pecador, y al mismo tiempo ser santo?.
Un cristiano no deja de ser humano por creer en Jesucristo. Por lo tanto no es ajeno a las limitaciones, dificultades y errores que todo ser humano puede hallar y cometer en su vida cotidiana. Podemos equivocarnos y cometer los peores errores en los que se pueda incurrir… pero nuestro plus es el saber mirarle a Él y desde esa confianza plena reemprender el camino, volverlo a intentar, poner la mirada en el punto al que nos dirigimos y vivir el presente con la felicidad de sabernos en camino.
¿Cómo se concreta eso?.
Si eres padre o madre… ama a tus hijos, con todo lo que eso significa. Edúcales con sentido de la responsabilidad: orientándoles en su desarrollo personal de manera que se preparen lo mejor posible a vivir su existencia como personas íntegras, independientes, amables, comprometidas con su mundo (su propia familia, su trabajo, el compromiso social que quieran asumir,…).
Vive tu trabajo (dentro o fuera de casa) no como algo a soportar o un simple medio para ganarte la vida, sino también y sobre todo como una manera de construir un mundo mejor no sólo para ti y los tuyos sino para el resto de la humanidad, especialmente de quienes mayor justicia necesiten.
Siente el mundo como una casa, un inmenso hogar donde todo y todos quepan, con tolerancia, respeto, unidad en la diversidad,… entendiendo que todos somos hermanos, todos interdependientes de algún modo, que todo está conectado, donde nadie sobra, nada es inocuo. De ahí el sentirnos parte corresponsable de la Creación entera y no como depredadores de la misma.
Actúa como si todo dependiera de ti pero con la convicción y práctica de saber que sin Él… todo se acaba bien pronto (no lo podemos todo). Por eso vive la actitud de estar siempre conectado con Él más que con palabras con tus actitudes; basta poner en Él tu atención, contar con Él para todo y en todo.
Deja exteriorizar el gozo del corazón, que tu existencia no sea la de un “santo triste” (un santo triste no es más que un triste santo) sino la de alguien que descubrió el mayor y más valioso de los tesoros: saberse parte del Reino de Dios y llamado a darlo a conocer al mundo. ¿Qué puede haber más gozoso que eso?.
¿Y los milagros y esas cosas tan extraordinarias de los santos canonizados?.
Lo extraordinario es vivir el día a día con esa entrega generosa, esa alegría de la que hablábamos antes con la mayor naturalidad del mundo.
Empieza tu día por agradecer, descubrir que sigues vivo pues siempre hay motivos para la gratitud. Saluda con entusiasmo a quienes tengas a tu lado y a aquéllos con quienes te encuentres cada jornada. Cuando cometas errores… no pierdas el tiempo en lamentarte de ellos, aprende de ellos más bien, mira al frente, busca la concordia con quien quizás tuviste tus encontronazos, reconcíliate contigo mismo/a, también con Él,… practica la humildad: esa cualidad que nos lleva a reconocer las cosas tal como son realmente.
Termina tu día nuevamente agradeciendo cuanto has vivido, lo que ello te aportó, valorando errores y aciertos, proponiéndote nuevas prácticas para el siguiente día… y dile a Padre Dios que te guíe, te oriente, te dé fortaleza y sabiduría para vivir cada segundo con autenticidad cristiana. Recuerda que “Dios no elige a los más capacitados o más sabios de este mundo, sino que capacita a quienes Él elige”.
El milagro es una vida entera vivida así. Ése fue el milagro de todos los santos que hoy veneramos estén canonizados o no.
Entonces… ¿todos podemos ser santos?.
Con Él, contando con Él y nuestra actitud de vivir de acuerdo con el ejemplo que Jesús de Nazaret nos dio… sí, todos podemos ser santos, todos estamos llamados a serlo.
La santidad es algo a lo que todos podemos aspirar y todos podemos vivir: existe el camino de la santidad, es decir, el de estar viviendo ya ese estado de vida que es dinámico y se evidencia en los hechos y actitudes de cada día.
No es una meta, se realiza en el transcurso de la vida.
¿Quiere eso decir que se puede ser santo siendo niño?.
Jesús de Nazaret dijo “ámense unos a otros como yo les amé”. También dijo que “es amándonos unos a otros como demostramos que somos sus amigos”. En ningún momento dijo que para eso tuviéramos que tener una edad u otra.
La actividad de un niño tiene también sus espacios: en la escuela y en el hogar sobre todo, pero también la calle, cualquier espacio en el que interactúe con su entorno (fuera y dentro de casa, como los adultos). En cualquier lugar puede vivir el amor al prójimo manteniendo siempre esa actitud; puede también cometer sus errores, tiene también la oportunidad de vivir su reconciliación con su entorno y consigo mismo; puede relacionarse con Dios,…
No hay edades para la santidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario